jueves, 27 de junio de 2013

Te conozco y ese es el motivo de que llames a mi puerta.

Abro la puerta y me encuentro con su dura mirada. A pesar de que su apariencia es fría y malhumorada yo sé que está mal, sé que esta llorando aunque ninguna lágrima caiga por su marcado rostro, su sufrimiento es mayor que lo que cualquiera pudiese imaginar.
Una niña que nunca lloró.
Me grita todo lo fuerte que puede con toda su rabia. No me afecta, sé que en realidad me agradece que la haya abierto la puerta a estas horas de la noche. Le invito a entrar sin contestar a su infantil provocación, recorremos el pasillo en silencio y nos sentamos en el sillón. Después de un rato en silencio le miro, su expresión ya ha cambiado, ahora muestra su frustración y pena, bueno, sólo un poco pero yo puedo notarlo. Sonrio. Su mirada infantil no combina para nada con su triste historia. Realmente nunca fue una niña, pero por eso precisamente nunca alcanzará la edad adulta, pues jamás superará su niñez. Sé da cuenta de que la observo y me vuelve a dirigir una gélida mirada con sus profundos ojos negros. Esos ojos...
Me fijo en que es una noche bastante fría así que cojo unas mantas y sé las pongo encima. La pregunto si quiere hablar, como siempre, su respuesta es negativa. Pasan las horas y ella sé duerme, ni siquiera entonces parece estar en paz. Una noche más ella sólo quería compañía. La observo con ternura hasta caer rendido, cuando despierte ella ya sé habrá ido.
Espero que mañana no llegue llorando, espero que sé quede hasta la mañana y espero que algún día me vuelva a mostrar su verdadera sonrisa, su preciosa sonrisa.

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